La vuelta a la actividad laboral después del verano trae, año tras año, la cansina repetición de una dinámica, ya un patrón, en las redes sociales.
Todo comienza con personas que manifiestan su descontento con tener que volver al curro tras las vacaciones.
Habitualmente, estas quejas despiertan a su alrededor un coro de voces solidarias, unidas por el dolor que les causa la ausencia del olor a mar, la lejanía de la paella o el arrepentimiento por no haber llegado a visitar aquella pequeña aldea, cuyo evocador nombre apenas se distinguía en aquella señal desvencijada, porque les apartaba de la ruta principal de su viaje.
Hasta aquí, todo fluye con suavidad. Nos abrazamos virtualmente mediante la queja amarga por la lejanía de lo vivido. Nos damos palmaditas digitales en la espalda y nos animamos a mirar con esperanza hacia el año que viene, sabedores de que el camino es largo y lleno de piedras, pero también de que el verano siempre acaba volviendo.
Sin embargo, las dos piezas anteriores, enunciación y coro, suelen venir acompañados de una tercera, mucho menos armoniosa. El Grinch de septiembre.
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